(Caso real: una samoyedo y un perro tipo pitbull)
Hoy quiero compartir algo que me ocurre a menudo cuando llevo a varios perros a la finca. Mientras están atados, caminan a mi lado con calma, se respetan, no muestran señales de tensión y parece que todo está bajo control. Sin embargo, en cuanto les quito la correa, pueden pasar dos segundos… y estalla el conflicto. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué cambia exactamente entre estar sujetos y estar sueltos?
La situación que describo ocurrió con una samoyedo muy dulce y un mestizo tipo pitbull, ambos perros cariñosos, nobles, acostumbrados a convivir con otros animales, y sin historial serio de agresividad. Y aun así, al soltarlos, se precipitaron uno hacia el otro y comenzaron a marcar con fuerza.
1. La correa inhibe conductas y reduce la responsabilidad social
Cuando un perro está atado, su rango de acción es mínimo. Tienen menos opciones de movimiento, menos posibilidad de invadir el espacio del otro, y por tanto menos riesgo de conflicto.
Además, muchos perros interpretan la correa como un mensaje: “no tengo que gestionar nada por mi cuenta, mi humano decide”.
En otras palabras:
➡️ Atados = menos decisiones propias.
➡️ Sueltos = autonomía repentina, y con ella, más responsabilidad social.
2. Al soltarlos, aparece el lenguaje corporal completo
Los perros se comunican principalmente con el cuerpo. Cuando están atados, esa comunicación está fragmentada. Pero al soltarlos, pueden:
- correr,
- rodearse,
- olerse,
- interponerse,
- mostrar tensión o excitación,
- e incluso probar jerarquías momentáneas.
Esto puede activar microconflictos que antes estaban anestesiados por la correa.
3. Diferencias de temperamento y estilo social (muy importante en samoyedos y perros tipo pitbull)
Los samoyedos, aunque parezcan extremadamente dulces, suelen ser vocales, expresivos y reactivos al movimiento.
Los perros tipo pitbull son intensos, directos y muy físicos en la interacción.
Cuando un perro muy expresivo se junta con un perro muy físico, la lectura del lenguaje corporal se puede distorsionar.
Un gesto de invitación al juego puede ser interpretado como desafío.
Un movimiento rápido puede activar un impulso de control.
Un acercamiento excesivamente frontal puede percibirse como invasión.
4. El efecto “explosión de libertad”
Muchos perros, al ser soltados, pasan de un estado de contención a un estado de excitación súbita.
Esta liberación energética puede transformarse en:
- carreras bruscas,
- choques,
- persuasiones,
- marcaje corporal.
Si uno se activa y el otro también… la chispa se prende.
5. Espacio, recursos y sensación de territorio
En una finca los perros pueden percibir:
- olores acumulados,
- zonas de paso,
- posibles recursos (juguetes, comida, atención humana),
- y límites físicos.
Al soltarlos, creen que tienen que defender o gestionar ese espacio, aunque no haya un riesgo real. Es pura biología.
¿Qué hago yo en estos casos para evitar el conflicto?
- Introducción progresiva sin liberar a la vez.
Primero suelto a uno, dejo que explore, y después al otro, siempre midiendo la energía. - Movimiento paralelo.
Caminar juntos antes de soltarlos ayuda a sincronizar ritmos y reducir tensión. - Evitar zonas estrechas.
Los portales, vallas o accesos estrechos generan roces inevitables. - Premiar calma antes de liberar.
Si los sueltas excitados, la explosión está asegurada. - Leer microseñales.
Una oreja hacia atrás, un cuerpo rígido, un quejido suave… todo eso importa.
Conclusión
Los perros no “se vuelven agresivos de repente”. Lo que ocurre es que la correa contiene, mientras que la libertad activa todo su repertorio social. Cuando dos temperamentos intensos se encuentran –como una samoyedo expresiva y un perro tipo pitbull muy físico– es normal que aparezcan choques si no se gestiona muy bien el momento de soltarlos.
Este tipo de situaciones no significa que sean perros problemáticos, sino que necesitan tiempos, espacios amplios y una introducción más gradual para convivir tranquilos.

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