Hoy, paseando por el Gaiás con Chowa y Ñajo, viví una escena que me dejó pensando. Caminábamos tranquilos, cada uno a su ritmo, cuando de frente apareció una chica con su perro suelto, un mestizo macho, aparentemente sereno. Todo parecía normal hasta que nos acercamos. En ese momento, el perro empezó a gruñir. La chica reaccionó rápido: lo agarró, lo tumbó boca arriba, con las patas en el aire y el cuerpo completamente quieto, esperando que se calmara.
La escena duró solo unos segundos, pero fue muy elocuente. No juzgo a nadie: cada persona hace lo que puede con lo que sabe. Pero este gesto —forzar a un perro a colocarse panza arriba— merece una reflexión tranquila porque se trata de un método muy difundido y, sin embargo, muy poco respetuoso para el animal.
La falsa idea de “dominancia”
Durante años se creyó que los perros necesitaban que el humano se comportase como un “alfa”. Este tipo de maniobras, conocidas como alpha roll, se basaban en la dominancia forzada. Hoy sabemos que:
- no reducen la agresividad;
- aumentan el miedo;
- pueden empeorar la conducta a largo plazo.
Un perro que es tumbado en esa postura no se relaja, sino que se congela. Su quietud no es calma, sino bloqueo.
Qué siente un perro en esa postura
La posición boca arriba, con las patas hacia el aire, es una postura de vulnerabilidad extrema. Un perro puede adoptarla de forma voluntaria para jugar o para calmar una interacción, pero nunca debería ser obligado.
Cuando se fuerza:
- activa mecanismos de estrés;
- el perro pierde confianza;
- aprende desde el miedo, no desde la comprensión.
Y, paradójicamente, un perro que se siente inseguro es más propenso a reaccionar mal la próxima vez.
Una alternativa: distancia, correa y lectura del entorno
No había mala intención en la escena. Probablemente la chica pensó que estaba haciendo lo correcto. Pero existen formas mucho más respetuosas de manejar un cruce tenso:
- Anticipar: si vemos señales de incomodidad, damos un rodeo o aumentamos la distancia.
- Correa corta pero suave: firme pero sin tensión.
- Colocarse entre los perros para cortar la interacción sin brusquedad.
- Refuerzo positivo cuando el perro gestiona bien.
- No exponerlo continuamente a situaciones que lo superan.
A veces, simplemente girar y esperar unos segundos cambia por completo la situación.
Lo que me enseñaron Chowa y Ñajo hoy
Chowa mantuvo su calma de siempre; Ñajo, que es sensible a los estímulos, observó, respiró y siguió caminando. Los perros, cuando se les permite elegir y no se les fuerza, resuelven muchas cosas mejor de lo que creemos.
El paseo de hoy me recordó algo esencial:
cuidar a un perro no es dominarlo, sino acompañarlo.
Leer su lenguaje, entender sus miedos, y ofrecerle seguridad sin invadir su cuerpo.
La educación más profunda no se impone: se construye.

Deja un comentario