Si convives con un perro, seguro que has presenciado esa pequeña ceremonia antes del descanso: da un par de vueltas sobre sí mismo, rasca o acomoda con las patas la manta o la cama, y solo entonces se tumba, satisfecho, como si hubiera creado su propio refugio perfecto.
Este gesto, tan cotidiano como entrañable, tiene raíces mucho más profundas de lo que parece.
🌾 Una herencia ancestral
En realidad, este comportamiento es un vestigio de su pasado salvaje. Los lobos y perros primitivos no tenían camas mullidas ni sofás, sino que dormían al aire libre. Antes de acostarse, daban vueltas sobre la hierba o la tierra para aplastarla y crear un pequeño hueco que los aislara del frío y de los insectos, además de marcar su olor.
Dar vueltas también les servía para comprobar que el lugar era seguro: un instinto de vigilancia que todavía conservan.
💤 El arte de “hacer la cama”
Cuando tu perro rasca o arruga su manta antes de tumbarse, está siguiendo el mismo impulso: acomodar su lecho hasta que le resulta perfecto. Es una forma de personalizar su espacio, de dejarlo a su gusto, igual que nosotros colocamos la almohada o doblamos la sábana.
No es un gesto de capricho, sino de bienestar y control del entorno. Al mover la manta, el perro ajusta la temperatura, crea una superficie más mullida y se asegura de que su olor impregne el sitio, lo que le aporta seguridad y calma.
💗 Un pequeño ritual de descanso
En los perros domésticos, este gesto se ha convertido en un ritual previo al sueño, un recordatorio de sus raíces y, al mismo tiempo, una forma de relajación.
Cada vuelta y cada rasguño son una transición hacia la tranquilidad, una manera de decirse a sí mismos: aquí estoy a salvo, puedo descansar.
Así que la próxima vez que veas a tu perro girar, rascar y acurrucarse, no lo interrumpas. Está siguiendo una coreografía milenaria que une instinto, memoria y placer: la danza del descanso.

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