Cuando un perro se escapa

Cuidar a perros es siempre una experiencia preciosa, pero también supone momentos de auténtico reto. Quiero compartir un episodio reciente con un perro de agua lleno de energía y nobleza, que me enseñó una lección que puede servirnos a todos.

Un día cualquiera en casa, abrimos la puerta y él, que estaba pegado justo detrás, salió disparado. Corrió a toda velocidad, desbordado, con la adrenalina a tope, mordisqueando por el camino a todo aquel que se cruzaba. No atendía a la llamada, no reaccionaba a las órdenes conocidas, ni a mi tono alegre ni a las palabras firmes. Yo probaba todo lo que sé y lo que recomiendo —mantener la calma, no perseguirlo, llamarlo con voz positiva, agacharme, intentar atraer su atención—, pero nada funcionaba.

El corazón me iba a mil. La sensación de angustia era enorme, porque veía que podía hacer daño o hacerse daño él mismo. Finalmente, cuando ya no quedaba recurso, lo único que lo detuvo fue un grito fuerte, desesperado, que logró pararlo en seco. En ese momento respiré aliviada, pero también me quedé con la certeza de lo fácil que es que cualquiera se vea en una situación así.

¿Qué pasa si nada funciona?

Ese día entendí algo importante: incluso aplicando todas las estrategias de manual, puede que un perro no responda. No es falta de cariño ni de experiencia; es que hay contextos de tanto estrés o excitación que el animal entra en un estado de bloqueo. Le puede ocurrir al cuidador más experto, al adiestrador, o al propio dueño.

¿Qué hacer entonces?

  • Lo primero, proteger la seguridad del perro y de los demás. A veces pedir ayuda a otras personas es más efectivo que intentarlo solo.
  • Lo segundo, asumir que hay límites: en ocasiones no habrá obediencia inmediata, y la prioridad será minimizar riesgos hasta que el perro se detenga o pueda ser controlado.
  • Y lo tercero, no castigarlo después, porque el vínculo es lo único que puede garantizarnos que, poco a poco, el perro aprenda a volver.

Lo que aprendí ayer mismo

Ese día sentí mucha angustia, pero también confirmé algo: la prevención es fundamental. Reforzar la llamada a diario, usar siempre correas y arneses seguros, trabajar en entornos controlados antes de soltar a un perro, y recordar que, aunque cuidemos y sepamos mucho, no somos infalibles.

Si alguna vez te ocurre, no te castigues: lo importante es aprender y reforzar, porque los perros —como nosotros— también se desbordan y necesitan tiempo, paciencia y entrenamiento.

Deja un comentario