Una reflexión entre la ciencia y la ternura
Hay gestos que en los humanos son pura ternura: rozar la mejilla de alguien querido, acariciar un rostro con afecto, besar una frente. Es casi instintivo que, al mirar a un perro, nuestras manos se vayan a su cara. Queremos tocarles el hocico, las orejas, las cejas móviles que parecen dibujar expresiones humanas. Pero no todos los perros reciben ese gesto como nosotros esperamos. Algunos toleran, otros se apartan y otros incluso gruñen. ¿Por qué?
Desde un punto de vista etológico, la cara del perro —como la nuestra— es una zona altamente sensitiva y vulnerable. En la naturaleza, ningún perro saluda a otro tocándole el rostro. De hecho, lo común es evitar esa invasión directa, a menos que haya una relación de confianza muy establecida. Tocar la cara puede percibirse como una forma de dominancia, una intromisión en su espacio íntimo. El hocico es para oler, para comer, para defenderse. Las orejas son señales de su estado emocional. Y los ojos… bueno, los ojos en los perros no solo miran, también interpretan amenazas.
Lo curioso es que, a pesar de estas diferencias instintivas, muchos perros aprenden a aceptar —incluso disfrutar— de ese contacto cuando proviene de personas de confianza, sobre todo si va acompañado de voz suave, tono afectivo y respeto por sus tiempos. Es entonces cuando la caricia en la cara se convierte en un diálogo, no en una orden.
Hay perros que cierran los ojos si les acaricias entre los ojos o detrás de las orejas. Otros no lo soportan, pero se derriten si les rascas el pecho. Y hay días también: como nosotros, tienen momentos de mayor apertura o reserva. El respeto nace de saber mirar esos matices.
Así que la próxima vez que vayas a acariciar a un perro, detente un segundo. Míralo a los ojos —sin invadir, con cariño— y pregunta con tus gestos si le apetece. Si ladea la cabeza, si se acerca, si te entrega la mirada o el cuerpo… entonces adelante. Pero si gira la cabeza, retrocede o te observa de reojo, quizás no es el momento.
Amar a un perro también es aprender a no tocar cuando no quiere. Porque el respeto, como el amor, se demuestra en los límites.

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